… DOMINGO HIZO MAL SU EQUIPAJE?
Y mira que era difícil, porque el pobre hombre viajaba con lo puesto: en su bolsa llevaba únicamente las bulas que le había entregado el Papa, ¡y listo! Ni pan, ni dinero: nada como ir ligero de peso para asegurar una caminata más rápida, ¡quería reunirse con sus frailes cuanto antes para darles las buenas noticias! Sin embargo, se ve que hay quien pensó que era poco bulto para toda la misión que tenía por delante ese castellano de apariencia enclenque, pero de espíritu indomable. Y ese alguien decidió intervenir. Pero vayamos por partes.
Con todas las gestiones diplomáticas terminadas y la Orden aprobada por el Papa, Domingo, antes de partir rumbo a casa, quiso ir a rezar ante el sepulcro de san Pedro.
Nuestro amigo cruzó la Ciudad Eterna con su bolsa al hombro y paso ligero. Tras callejear un rato, por fin se alzó ante él la imponente basílica construida por el emperador Constantino. Los peregrinos afluían constantemente durante todo el año, pero, a esa primera hora de la mañana, el ambiente era tranquilo, y la basílica estaba casi desierta.
Domingo la conocía bien. Con decisión, cruzó las puertas y se encaminó al lugar del sepulcro del primer Papa. Ante la luz bailarina de las velas, nuestro amigo cayó de rodillas en el suelo.
Estaba ahí, ante el sencillo pescador de Galilea que se convirtió en roca de la Iglesia. El corazón de santo Domingo se volcó en una súplica ardiente: “Que esta Orden sea para gloria del Señor y bien de su Iglesia… Que esta Orden sea para gloria del Señor y bien de su Iglesia…”.
Sintió que no tenía más palabras. Ese era su único deseo, su única preocupación. Repetía la misma frase, sin cesar, cada vez con más vehemencia, sintiendo crecer el peso de la responsabilidad sobre sus hombros.
Y justo entonces… la luz de las velas se volvió misteriosamente tenue, mientras todos los ruidos y pasos de peregrinos se acallaron con suavidad.
A escasos palmos del sepulcro del Apóstol, apareció un resplandor, primero, como un pequeño punto de luz, que rápidamente fue creciendo hasta envolver el lugar. Domingo parpadeó, cegado por el destello. Y, al volver a abrir los ojos… descubrió que no estaba solo.
Ante él, deslumbrantes y majestuosos… se alzaban dos hombres. El uno mostraba unas llaves, el otro llevaba una espada en la mano. Domingo miró boquiabierto: estaba ante san Pedro y san Pablo, los dos apóstoles considerados columnas de la Iglesia.
Sin mediar palabra, san Pedro extendió la mano hacia él. Fue entonces cuando Domingo se dio cuenta de que le estaba ofreciendo un bastón de peregrino. Titubeando, sin saber qué decir, lo tomó, mirándolo perplejo. Acto seguido, san Pablo se inclinó hacia él, entregándole un libro en cuya portada nuestro amigo pudo leer: “Evangelio de Jesucristo”.
Acto seguido, los dos apóstoles, con los ojos fijos en Domingo, pronunciaron solemnemente una frase que se quedó clavada en el corazón de Nuestro Padre:
-Vade et predica.
Así es como ha llegado hasta nuestros días, en latín, tal y como la escuchó Domingo, aunque en castellano no deja de sonar poderosamente atractiva. Lo que dijeron los Apóstoles fue: “Ve y predica”.
Inmediatamente, los dos santos se apartaron uno del otro y Domingo contempló ante sus ojos una visión asombrosa: vio a sus frailes por todos los caminos, vio monasterios floreciendo en todos los continentes, vio hermanos y hermanas de toda raza y lengua… vio su Orden llevando el amor de Cristo por todo el mundo.
Y en ese mismo instante… la visión desapareció.
Las velas volvían a danzar alegremente, y el murmullo de los peregrinos llenó de nuevo el silencio de la basílica. Domingo contempló el sepulcro de san Pedro, todavía con la respiración entrecortada por la impresión. Ahora estaba seguro: tenía una misión que cumplir. Y se puso en pie… apoyándose en ese bastón de peregrino, mientras apretaba contra su corazón el libro del Evangelio: los regalos de los Apóstoles para los Predicadores.
PARA ORAR
-¿Sabías que… Cristo se encarga también de tu equipaje?
Dicen por ahí que “el Señor no elige a los capaces sino que capacita a los elegidos”. ¡Y es verdad! Al encomendarte una misión, el Resucitado se compromete a darte los medios y las capacidades para llevarla a cabo. Al fin y al cabo, la obra es Suya, ¡Él es el primer interesado en que salga adelante!
Eso sí: te irá dando lo que necesitas… ¡en el momento en que lo necesitas! Es lo que los teólogos llaman “la gracia actual”, o, dicho de otra manera: Cristo te da la fuerza necesaria para que cumplas tu misión “hoy”.
Es en el presente donde actúa el amor de Cristo, y es el presente el que cada día ponemos Sus manos: “Danos hoy nuestro pan de cada día…”, o, en otras palabras: “dame la gracia que necesito para hoy”.
Puede que te veas pequeño y débil, que a veces sientas que la misión supera tus capacidades y tus fuerzas… pero, ¡no te adelantes! Pide poder realizar la misión que tienes hoy, nada más: “No os agobiéis por el mañana”, nos dice Jesús (Mt 6, 34). Cada día, Él te da la gracia para vivir el “hoy”. Así pues, ¡no te angusties por el futuro, no te salgas del espacio de gracia que es el presente! En cada momento, el Señor te dará lo que vas necesitando.
Puede que nosotros soñemos con tener nuestras maletas repletas, contar con todos los dones del mundo, tener mil seguridades, pero Cristo nos invita a caminar “ligeros de equipaje” y que así tengamos las manos libres… para agarrarnos a las Suyas. Avanzamos seguros porque tenemos la confianza de que, cada día, Él “completará” nuestro equipaje: ¡nos dará la gracia que necesitamos!
VIVE DE CRISTO
Pd: Este acontecimiento fue muy importante en la vida de sto. Domingo, por lo que los pintores no han dudado en reflejarlo en sus obras. Me permito traer dos imágenes a nuestro capítulo de este mes. El primero es el fresco que pintó otro dominico, el beato fray Angélico, un artista que ya ha ilustrado nuestros relatos alguna vez. El segundo… es una foto que he hecho a una estampa que llevo en mi breviario, y que me encanta: ¡fíjate que no le falta detalle! Está la visión de los frailes por los caminos, el bastón, el libro… ¡y hasta el perro con la tea! ¡Espero que te gusten!