¿SABÍAS QUE… DOMINGO SUFRIÓ LA MALDICIÓN DE SAN BERNARDO?

Escrito el 08/11/2020
Sión OP


En términos de guerra, se podría decir que fue víctima de un lamentable “fuego amigo”. Efectivamente, la buena marcha que había cogido la misión evangelizadora sufrió un importante choque, causado, nada menos, que por otro santo.
 
Los misioneros habían puesto rumbo a Tolouse. A mitad de camino dieron con la pequeña (pero muy temida) ciudad de Verfeil. Los cronistas de la época dicen sin ningún miramiento que Verfeil era (copio literalmente) “el palacio de Satanás”. ¡Toda una presentación para el turismo…!
 
La ciudad estaba formada principalmente por un castillo fortificado, de dimensiones bastante considerables. Se calcula que en su momento de mayor esplendor tuvo unos 100 caballeros con sus criados y caballos viviendo cómodamente en él. Desde hacía muchísimo tiempo, los herejes eran los auténticos amos de aquella ciudad, y no permitían ninguna clase controversia ni nada semejante que pudiera hacer tambalearse su poder.
 
Seis décadas antes de la llegada de nuestro grupo de misioneros, san Bernardo intentó lanzarse a la conquista de tan inexpugnable fortaleza. Este monje cisterciense (actualmente, santo y Doctor de la Iglesia) andaba predicando en 1145 por la zona del Langüedoc, así que evangelizar la ciudad de Verfeil era uno de sus objetivos.
 
Y allá fue, el valiente misionero, todo animado y dispuesto, con el discurso muy bien preparado y con ganas de discutir con quien hiciera falta. Sin embargo, los habitantes de Verfiel no tenían tantos ánimos de debates. Simplemente… cerraron todas las puertas y ventanas de la ciudad. A cal y canto. Ya podía el santo desgañitarse, que ahí solo respondía el eco de las calles vacías.
 
Al bueno de san Bernardo, que tan preparado venía para una controversia, no le hizo ni pizca de gracia la estrategia. Y sí, predicó, pero como quien predica en el desierto: por más que gritó, no le contestó nadie.
 
San Bernardo puede ser muy santo, y de habitual sus formas eran extraordinariamente suaves… pero también tenía su genio. Y aquello le pareció demasiado. Salió de la ciudad, se sacudió el polvo de las sandalias con grandes aspavientos y gritó:
 
-¡¡¡Verde hoja (juego de palabras: Verfeil, verte-feuille, verde hoja), Dios quiera que te seques!!!
 
Desde entonces, ninguna misión evangelizadora había conseguido fruto. Sesenta años más tarde, cuando Domingo, Diego y Raúl llegaron, obtuvieron el mismo resultado: abucheos, desprecios… y ni una sola conversión. El corazón de la ciudad y de sus habitantes permanecía aún completamente seco.

La derrota en Verfeil tuvo que marcar enormemente a nuestro grupo de misioneros. Venían con los ánimos por las nubes tras los impresionantes milagros del escrito salvado del fuego y las espigas que sangraron. Con señales tan prodigiosas del Señor acompañándoles, seguramente llegaron a la temida ciudad plenamente seguros de que lograrían convertir a todos los habitantes. Sin embargo, no sucedió nada. No hubo ningún milagro, ni signos maravillosos… el Señor guardó silencio aquella vez. ¿Por qué? Solo Él lo sabe. Pero debía de ser algo realmente importante, pues, aunque en aquel momento los cronistas trataban de dejar constancia solo los éxitos y logros de sus héroes, nos ha llegado el testimonio de este “capítulo sin final feliz”.
 
VIVE DE CRISTO



PARA ORAR
¿Sabías que… el Señor acepta el fracaso como parte del camino?
 
Es fácil pensar que, por el hecho de apostar por Cristo y querer hacer en todo lo que Él quiera… las cosas van a salir “a pedir de boca”. Pero Jesús no nos asegura precisamente una vida sin problemas; lo que nos asegura es que, en cada una de nuestras batallas, el Señor de los ejércitos está a nuestro lado: ¡Él nos guía! 
 
¿Qué supuso este hecho para Domingo y sus compañeros? No lo sabemos. Una cosa está clara: los otros grupos de misioneros vivieron también sus respectivas derrotas… y uno tras otro, fueron abandonando la misión. Quizá nuestros amigos necesitaban sentir el amargor del fracaso para poder entender a los que desertaban. Experimentaron igual que ellos el desánimo; sin embargo, el grupo encabezado por el obispo Diego, a diferencia de los demás, “se sacudieron las sandalias” y continuaron el camino. Tal vez esto sea lo que diferencia a los santos: no es que nunca fallen, sino que, aunque sufran derrotas, nunca abandonan. Apoyados en Cristo, ¡vuelven con renovadas fuerzas a la batalla! 
 
Cristo no es un “seguro de éxito”, o una varita mágica contra los problemas. Lo cierto es que en la vida del Señor también encontramos el fracaso como parte del Plan de Dios. ¿Qué mayor fracaso que la cruz? Y seguido por el más doloroso de los silencios, el del sepulcro… Pero lo que seguro descubrieron nuestros misioneros, aunque no lo dejaran por escrito, es que nuestro Señor es el Señor de la Vida, que Él saca Vida de cualquier muerte, y del peor de los fracasos, nos regaló el mayor de todos los triunfos: la Resurrección.
 
¡Es Cristo, y no el fracaso, quien tiene la última palabra en nuestras vidas!