1 Se reúnen junto a él los fariseos, así como algunos escribas venidos de Jerusalén.
2 Y al ver que algunos de sus discípulos comían con manos impuras, es decir no lavadas,
3 - es que los fariseos y todos los judíos no comen sin haberse lavado las manos hasta el codo, aferrados a la tradición de los antiguos,
4 y al volver de la plaza, si no se bañan, no comen; y hay otras muchas cosas que observan por tradición, como la purificación de copas, jarros y bandejas -.
5 Por ello, los fariseos y los escribas le preguntan: «¿Por qué tus discípulos no viven conforme a la tradición de los antepasados, sino que comen con manos impuras?»
6 El les dijo: «Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, según está escrito: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí.
7 En vano me rinden culto, ya que enseñan doctrinas que son preceptos de hombres.
8 Dejando el precepto de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres.»
14 Llamó otra vez a la gente y les dijo: «Oídme todos y entended.
15 Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre.
21 Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos,
22 adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez.
23 Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre.» (Mc. 7, 1-8. 14-15. 21-23)
Algunos escribas y fariseos son capaces de ir desde Jerusalén a dónde está Jesús predicando. ¿Tienen interés y buena voluntad para “escuchar y entender” aquello que es un “predicar nuevo”, porque, además, va avalado por “las obras de Dios”: curar y sanar los cuerpos y los espíritus y lo están viendo? ¡No, vienen a juzgar a Jesús, a reducir al silencio eso que Él dice que es Palabra de Dios porque lo que ellos anuncian a sus coetáneos son leyes y preceptos dictados por los hombres y no por Dios! Dios les entregó, a través de profetas veraces, como Moisés, los Mandamientos de Dios, pero estos escribas y fariseos se entregan afanosamente, no a escudriñar la Palabra de Dios, sino a las cláusulas y preceptos que ellos habían inventado para ser “más fieles” a este mandato de Dios. Por esto, su culto está vacío, no dan gloria a Dios y pierdan su tiempo y, es más, su vida en nimiedades y ropajes que tienen traza de verdad, pero no lo son.
Dios quiere “adoradores en espíritu y en verdad”, ¡no en preceptos humanos! Y, esto nos sucede cuando ponemos la Ley, por encima del amor y la misericordia del corazón. Para juzgar, se basta Dios que es “el gran Juez” y su juicio siempre es verdadero porque “Él no juzga por apariencias, Él ve el corazón”.
Lo que buscaban estos judíos era “la pureza legal”, la pureza de la Ley. ¿Y la pureza del corazón?: esta la pasaban por alto. Pero es precisamente en el corazón que no está puro donde se engendra el pecado y las malas acciones: malos pensamientos, robos, adulterios, fraudes, etc. etc. Toda clase de perversión.
¡Oh, Señor, ¡haznos vivir siempre vigilando nuestros pensamientos y obras! El denunciarnos a nosotros mismos ante la mirada pura de Dios, será lo que nos acerque a Él y a su santidad: “¡Oh, Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme”, ¡para no ser arrojado de tu presencia que es no vivir bajo la mirada de tu Espíritu Santo!
¡Sabemos Señor que, no estamos libres de pecado: “el que dice que no ha pecado, miente y le hace a Dios mentiroso, pero si confesamos nuestros pecados, los que tu Espíritu Santo nos desvela, Tú Señor nos perdonarás” y nos acercarás a Ti para sentir el calor y el amor de tu Corazón! que goza en perdonar, al corazón contrito y humillado. Lo que Dios quiere engendrar en nosotros son las obras de Justicia que son: el amor, la bondad, la lealtad, la paz, la paciencia, la amabilidad, el dominio de sí. Estas sí que son las obras del espíritu y ante este cúmulo de obras buenas ¿por dónde empezar? ¡No, no nos abrume esto porque no somos nosotros los que hacemos el bien y el amor, es Él que lo realiza por su gracia! ¡Nosotros tan solo deseémoslas! Lo nuestro es no poner obstáculos a tanta Luz que quiere invadirnos. El Señor es Luz sin tiniebla alguna, por ello acercarse a la Luz es quedar iluminado.
¡No te retraigan Señor mis tinieblas! ¡Acércate a mí revestido de misericordia y harás de mí otro hombre que pueda estar, sin vergüenza, ante Ti en adoración! ¡Qué así sea, mi Dios! ¡Amén! ¡Amen!