1 Convocando a los Doce, les dio autoridad y poder sobre todos los demonios, y para curar enfermedades;
2 y los envió a proclamar el Reino de Dios y a curar.
3 Y les dijo: «No toméis nada para el camino, ni bastón, ni alforja, ni pan, ni plata; ni tengáis dos túnicas cada uno.
4 Cuando entréis en una casa, quedaos en ella hasta que os marchéis de allí.
5 En cuanto a los que no os reciban, saliendo de aquella ciudad, sacudid el polvo de vuestros pies en testimonio contra ellos.»
6 Saliendo, pues, recorrían los pueblos, anunciando la Buena Nueva y curando por todas partes. (Lc. 9, 1-6)
El que, desde el cielo, “se despojó de su rango para vivir como uno de tantos”, no admite en su seguimiento al que va cargado con muchas cosas. Quiere que nada les distraiga de la proclamación del Reino y deuna mirada muy atenta hacia los hombres, porque muchos en la vidaestán enfermos o habitados por algún espíritu del mal. “El poder y la autoridad” recibidos de Jesús, los tienen que poner en acción, porque son dones, no suyos, sino del Espíritu de Jesús, que donde está no hace sino devolver la pureza y la santidad con que Dios revistó a todo hombre al crearle “a su imagen y semejanza”.
¿Y qué es lo que no han de llevar sobre sí en esta misión?: ¡Pues no a “un bastón”! ¿Hay algún caminante que no lo lleve?: ¡Sí, los Apóstoles!Porque repiten una y otra vez: “Mi fuerza y mi poder es el Señor, Él es la defensa de mi vida”. Y “su vara y su cayado me sosiegan”; y tampoco“alforja”, porque “no sólo de pan vive el hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios” y, “el Señor me alimenta” en su poderosa providencia. Al contrario, tenemos de sobra para alimentar a los hermanos porque oímos la voz de Jesús que también nos manda: “!dadles vosotros de comer!”; ¿y el dinero?: “guardaos de toda codicia”; “pedid y se os dará lo necesario”.
¿Por qué pues, angustiarse por estas cosas?. Por todo esto se afanan los gentiles, pero un siervo de Dios sabe de quien se ha fiado. Porque todo lo que no buscamos para nosotros mismos, Otro se encargará de nuestros asuntos. Nosotros “¡glorifiquemos a Dios con nuestro cuerpo y con nuestra palabra!”.
¡Señor, que tu Espíritu Santo me enseñe a desprenderme de tantas cosas que llevo sobre mí, y son superfluas!. Sabemos que, muchas veces, la vida misma me arranca aquello que amo mucho, pero que no es de Diosordenadamente. En el libro de Ezequiel hay un pasaje muy crudo sobre la soberanía de Dios en el hombre: “Hijo de hombre, mira, voy a quitarte, de golpe, el encanto de tus ojos. Pero tú, no te lamentarás ni lloraras... Yo hablé al pueblo por la mañana, y por la tarde murió mi mujer… E hice lo que se me había ordenado”. (Ez. 24, 15-18).
Un profeta es un enviado de Dios al pueblo para hacerle llegar su voluntad que siempre es santa. Al pobre Ezequiel, Dios le arrancó degolpe algo a lo que estaba muy apegado. ¡Lo que hace Dios siempre estará bien, tiene miras muy altas sobre nosotros y nuestra salvaciones eterna!. Siendo esto así, amemos a Dios más que a nuestra sensibilidad “herida”, por el despojo que Él hace con sus elegidos. ¡Y nosotros, todos los cristianos, somos sus elegidos porque somos sus hijos queridos!
¡Señor mío, no tengas piedad de mí a la hora de santificarme, sólo te pido mucha confianza, y amor a Ti! ¡Qué así sea! ¡Amén! ¡Amén!