DEBEMOS ORAR SIEMPRE, SIN DESFALLECER

Escrito el 15/11/2025
Sor Matilde OP


1 Les decía una parábola para inculcarles que era preciso orar siempre sin desfallecer. 

2 « Había un juez en una ciudad, que ni temía a Dios ni respetaba a los hombres. 

3 Había en aquella ciudad una viuda que, acudiendo a él, le dijo: "¡Hazme justicia contra mi adversario!" 

4 Durante mucho tiempo no quiso, pero después se dijo a sí mismo: "Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, 

5 como esta viuda me causa molestias, le voy a hacer justicia para que no venga continuamente a importunarme.”» 

6 Dijo, pues, el Señor: «Oíd lo que dice el juez injusto; 

7 y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que están clamando a él día y noche, y les hace esperar? 

8 Os digo que les hará justicia pronto. Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?» (Lc. 18, 1-8)

 

El orar a nuestro Padre-Dios ha de ser “nuestro pan de cada día, dánosle hoy” y siempre. Esta es nuestra primera súplica al amanecer. Pues si no oramos: “sólo hablaba con Dios”, ¿cómo sabremos lo que desea de nosotros, y tampoco lo que de verdad nos conviene?. Y, ¿cómo después,por el trato continuado con Jesús, podremos “hablar de Dios” a los hombres? Sus necesidades son las nuestras, sus gozos son los nuestros.Somos un miembro pequeñito de un todo inmenso que es la Iglesia.

Jesús nos ilustra esta enseñanza con una parábola muy sugestiva. ¿Somos acaso esa pobre viuda que siempre se topa con la muralla del menosprecio y la indiferencia de ese juez malo e indigno de tal título?Ella parece no darse cuenta de su súplica que cae siempre en el vacío. Una y otra vez acude y molesta a este juez. Su insistencia y perseverancia le llega a ser a él irritante y así quiere quitársela de encima atendiéndola en su demanda.

Y Jesús nos dice, ¿es que Dios se comporta con nosotros como este juez malo?. ¡No, ni mucho menos! ¡ÉI es nuestro Padre porque somos suyos, nos ha creado y dado su amor y su gracia! ¿Cómo nos hará esperar?Entonces, ¡en Dios, nada falta!. Somos nosotros que no nos sometemos al tiempo de Dios y, una y otra vez, debemos insistir sin cansarnos para que escuche nuestras súplicas.

Y al final de su enseñanza Jesús nos reta: “Pero, cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?”. Y, ¿De qué fe habla?, de la fe en Dios que siempre es Dios y, por tanto, todo bondad y misericordia. ¿Es que el hombre puede cansarse de acudir a su Padre-Dios para suplicarle todo lo que necesita? San Pedro ya le dijo a Jesús la explicación de su insistencia en seguirle: “Es que Tú tienes palabras de vida eterna, ¿a quién iremos, sino a Ti?”. Si seguimos al Señor, como un niño le tira de la falda a su madre, no hay nadie, ni en el cielo, ni en la tierra, que pueda mirarnos con tanta benevolencia como nuestro Dios. Pero esto, ¿estará firme en nuestro corazón el Día en que aparezca, por fin, el Señor?  O, ¿tendrá que lamentarse de que buscamos la salvación en otros dioses de la tierra?.

¡Jesús, divino, auméntanos esta confianza en que nuestra súplica siempre está en la presencia del Dios Altísimo, de Jesús, el Hijo del Padre, que bien supo, por experiencia, lo que era orar a Dios!: “Yo sé que siempre me escuchas”, “si es posible Padre, aparte de mí este cáliz”. “Orad sin interrupción”.

¡Queremos ser esos pobres hijos, “impertinentes” con “sus cosas” a su Papá, que siempre le dará un beso de misericordia ante sus ruegos y sus palabras! ¡Qué así hagas en nosotros Jesús! ¡Amén! ¡Amén!